lunes, 15 de diciembre de 2008

¿De quién son los animales?

Los animales ya existían cuando el primer hombre y la primera mujer vieron la luz en este planeta. Las aves ya volaban, había animales salvajes en la selva, peces en el mar y cada animal de campo ya estaba pastando. En realidad, el hombre fue puesto en un maravilloso lugar de increíble belleza, donde todo era armonía y paz.

Y al hombre le fue permitido dar un nombre a cada animal. Y él sabía qué lugar le correspondía a cada animal y qué lugar le pertenecía a él respecto de ellos. Ese primer hombre comía de lo que daba la tierra y los frutos de los árboles. Y todos los animales sólo comían hierba. El hombre sabía que los animales y todo lo que lo rodeaba, tenían un sólo dueño, Aquél que los había creado.

El tiempo pasaba y el hombre vió que algunos animales alegraban su vida a través de sus cantos, como los pájaros, o de su belleza especial, como las mariposas. Otros animales fueron de grata compañía, como el perro o el caballo. El hombre y su mujer disfrutaban de la hermosa fauna puesta en la tierra y la respetaban. Ellos sabían que todos eran seres creados, como ellos mismos.

El hombre y la mujer habían sido dotados de una sensibilidad especial, hechos a imagen y semejanza de su Creador, para comprender la naturaleza y los animales. Ellos tenían sabiduría y eran inocentes como lo eran los animales. Vivían felices porque estaban en armonía con el Creador y con la creación.

El día que los seres humanos cayeron en el engaño de la soberbia, ese mismo día perdieron todo. La felicidad se transformó en tristeza. La sabiduría se hizo ignorancia y la paz turbación. Perdieron la amistad con su Creador y comenzaron a tenerle miedo. Dejaron de disfrutar de la naturaleza y olvidaron la comprensión y el respeto hacia los animales. Tuvieron que empezar de nuevo, y con mucho dolor.

Con el correr de los tiempos el dolor se hizo mayor. El hombre fue creando paliativos para suplir lo que perdió, pero de poco le han servido. Ha querido aturdirse de mil formas diferentes y, al presente, ya no sabe qué más inventar. ¿De quién son los animales? No tiene la respuesta a esta pregunta porque la extravió por el camino. Tampoco sabe de dónde procede él mismo ni a quién pertenece.

El ser humano ha llegado a un punto tal de absurda omnipotencia por haber elegido tan mal. Preferir la oscuridad a la luz lo llevó a la total insensatez. Los animales y toda la naturaleza gimen y gritan por causa de la maldad que ha proliferado sobre el planeta. Y esto fue producido por el ser que fue el más perfecto de todos los creados. Y hoy es el gran depredador.

Pero aún queda una esperanza. Depende de que el hombre vuelva a aquel principio. En algunos lugares, en ciertos grupos se practica este “retornar”. Hay personas muy bien intencionadas que buscan esta vuelta. Han comprendido que los animales están para que los amemos y los cuidemos. Hay quienes también entienden que los árboles y los ríos no son sólo buenos porque nos convienen como sustento, sino que lo son en sí mismos.

El secreto del retorno está en la Navidad. Observemos un momento el pesebre y detengámonos unos segundos en el niño. Es probable que veamos subir por detrás de él, una sombra estirada con la forma de una cruz... Nació con un propósito: devolverle a cada ser humano aquello del principio. Cuando alcemos nuestras copas en esta Nochebuena pensemos en el nacimiento, pero también en la cruz. Allí está el secreto de nuestra salvación.

La reconciliación del hombre con su Creador viene solamente a través del que nació, murió pero también resucitó y vive para siempre. A partir de ahí el hombre comenzará otra vez, como en aquél principio. Y podrá entender que los animales son de Dios y que están en esta tierra para que los amemos y los cuidemos todo lo más que cada uno pueda.