miércoles, 19 de diciembre de 2007

¡...Mirá que lindo perrito...!

Dice el nene mientras se para frente a la vidriera de un negocio donde se ven muchas jaulitas con bebés perros lloriqueando, durmiendo o jugando. Los perritos no entienden por qué están en ese lugar con gente que los mira a través de un vidrio... Estaban tan bien hace poquito al calorcito de mamá perra...

Y el “cachorro humano” insiste, tira y forcejea de su humana madre hasta que lo consigue. Llegan a la casa con el “nuevo juguete” del nene. El bebé perro vino llorando todo el camino y el pequeño humano saltando de alegría (triste contraste).

-Vamos a llevarlo al lavadero. -dice la madre. Cuando lo sueltan, lo primero que hace el perrito es pis y caca, ensuciando todo el piso... lógicamente, los perros no suelen usar pañales..., y luego comienza a juguetear, cayéndose y levantándose y volviendo a caer sobre la ropa que logró tirar de un balde. ...¡Menos mal que era ropa sucia...! -¡Mirá, mamá... tiró la botella de lavandina...! –Y una tras de otra se suceden las travesuras y las torpezas propias del pequeño animal, que busca investigar todo lo que encuentra... -¡Qué divertido...! –piensa el perrito.

Al llegar el padre a la noche, se encuentra con la novedad : ¡El nene tiene un juguete nuevo! Para esto, parte de la casa ya está en un estado total de caos, cosas tiradas por el suelo, papeles de diario que han pretendido solucionar algunos “accidentes”... ¡las pantuflas de papá...! De más está decir el disgusto del padre, la pelea conyugal, los gritos del nene, mientras el perrito, haciendo “de las suyas” continúa metiéndose en cuanto hueco le es posible. Su objetivo es conocer, está en plena etapa de investigación... -¿Y esto qué será? -dice para sí, mientras tira... y tira... y tira de algo largo. -¡El cable del lavarropas!

Pasan días, semanas... la situación se hace cada vez más difícil. El perro va creciendo y, junto con él, su deseo de jugar, investigar, morder y romper cuanta cosa encuentra en su camino. A los 4 meses es imposible la convivencia.
Y el lindo perrito, el juguete del nene, se transforma en una pesada carga, en un estorbo del cuál hay que deshacerse.
Dejemos mejor esta historia aquí, porque todos podemos imaginar lo que viene después: el triste resultado de un perro abandonado.

Y esto sucede por que hay un error de conceptos: Un perro es un ser vivo, con sentimientos y emociones como nosotros, sólo que “perrunos”. No es un juguete para ningún nene, ni para ningún grande.
Cuando un animal se integra a nuestra familia es en calidad de nuevo miembro de la misma. En su mente de perro, él se integra a “una manada” y quiere saber qué lugar ocupa en la misma. Nosotros somos los encargados de enseñarle con muchísimo amor y “muchísima paciencia” cuál es su lugar.

Es importante instruir a los niños para que respeten y amen a los animales. Ellos deben conocer que un animal siente, sufre dolores, tiene hambre o sed, a veces quiere dormir y no desea jugar... , igual que nos sucede a los humanos. Pero para enseñar a los niños, primero tenemos que conocer nosotros. Hacer lo que hizo la mamá de nuestra historia da como resultado que el ser más débil e indefenso pague las consecuencias.

Decirle al niño que no y explicarle por qué no, hará que vaya aprendiendo los altos valores y se va forjando en él una personalidad sensible y compasiva para con los más débiles. De lo contrario se va transformando en un egoísta caprichoso que quiere al instante satisfacer sus antojos, si no patalea. Lo que le enseñemos ahora será lo que practicará el hombre del mañana.

Volviendo al perro... Hay personas a las que les gustan los animales, como la familia de nuestra historia, pero que tal vez no están preparados o capacitados o dispuestos a sufrir los dolores, a veces privaciones, pero también alegrías y satisfacciones que implica incorporar un miembro canino a la familia. Un perro, y esto está comprobado, es como un niño de 3 años de edad. Desde su naturaleza perruna, él llega para compartir la vida con nosotros, no para que lo poseamos como un objeto.

Nuestro perro viene con una personalidad, que debemos ir conociendo, para saber cómo tratarlo y cómo educarlo, como se hace con un hijo, ya que no todos los perros son iguales. Y debemos despertar aún más nuestra sensibilidad y nuestro sentido de observación para poder comprenderlos y saber qué necesitan y cómo podemos ayudarlos. Ellos, de su parte, están constantemente esforzándose para lograr la comunicación con nosotros y poder entender nuestros códigos.

Por último, y en nombre del amor que les tenemos, no olvidemos que ellos son perros y no humanos. Percibámoslos desde esa realidad. Ellos estarán inmensamente agradecidos.