sábado, 22 de marzo de 2008

Sobre la declaración universal de los derechos de los animales

En 1977, la Liga Internacional de los Derechos del Animal, adoptó esta declaración. Y al año siguiente fue proclamada. Luego, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) la aprobó, juntamente con la UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura).

Es conveniente que todos tengamos en cuenta que esta declaración existe, que debemos conocer lo que dice y también hacerla conocer. Es nuestra obligación como seres humanos que somos, en el más alto nivel de la escala zoológica, mirar por los derechos de los más débiles, bregar por su bienestar. Cada uno, desde su lugar, puede hacer algo a favor de los, a veces, tan injustamente sufridos animales (digo “a veces”, porque, gracias a Dios, también vemos animales cuidados, queridos, comprendidos y contenidos).

Una de las primeras cosas que es conveniente que hagamos, es conocer esta declaración universal, cumplirla y esforzarnos por que se cumpla.

Aquellos que tenemos niños alrededor: padres, tíos, abuelos, maestros... no dejemos de enseñarles e inculcarles el amor genuino por los animales. Los niños no saben si no hay quien les enseñe. La energía de la típica crueldad infantil, producto de su crecimiento y del efecto de los medios de comunicación, debe ser controlada, vigilada y transformada en una energía positiva para proteger y cuidar, y no usada para agredir o lastimar. Ellos debe conocer y entender que un animal no es un objeto ni mucho menos. Ellos deben saber que un animal es un ser vivo que siente el dolor, la alegría, el hambre, la tristeza, igual que nosotros. Si educamos al niño tendremos una mejor sociedad futura.

Echemos una mirada a lo que dice el artículo 1 de la declaración universal de los derechos de los animales:

“Todos los animales nacen iguales ante la vida y tienen los mismos derechos a la existencia”.

Meditemos sobre lo que dice este artículo y veamos si alrededor nuestro se está cumpliendo esta premisa. ¿Existen en nuestras inmediaciones animales en peligro de muerte o sufriendo malos tratos? Que nuestra voz se haga oír ante quien sea. Unámonos con otros que tienen el mismo sentir. Acudamos a las entidades que se ocupan de los animales que sufren. Tratemos de rescatarlos. Denunciemos lo malo. No nos quedemos callados. Cada cual puede hacer algo desde su lugar. No permitamos que la injusticia, producto de la maldad del hombre, caiga sobre los inocentes.

Y aquellos que somos creyentes, que tenemos un llamado de Dios a la oración, no dejemos de elevar nuestra plegaria constante a favor de los animales. Sabemos que “la oración del justo puede mucho” no omitamos el “levantar la voz por los que no tienen voz”. Sin dudas, Dios responde. Y vamos a ver milagros en la vida de nuestros amados amigos.